¿A qué mujer no la han llamado alguna vez en su vida puta?
Un desconocido por la calle, disfrazado de broma en la boca de una amiga, el comentario de una expareja, a las espaldas, en plena cara, en la cama, en un bar. Puta. Putas. Todas putas.
Si, a todas nos han llamado puta, ¿qué es lo que nos hace merecer este nombre? ¿Qué es ser una puta?
Una puta es, según el diccionario, aquella persona que mantiene relaciones sexuales con otra a cambio de dinero. Y fin. Es curioso que este concepto parezca tan inmoral o escandaloso a mucha gente teniendo en cuenta lo borrosa que es en muchas ocasiones la frontera entre la seducción tradicional y la prostitución. Muchísimas dan por sentado que antes de acostarse con un hombre este debe haber aportado algo material: una cena, unas entradas de cine, un par de copas, unos pendientes.
El caso es que siempre es él el que paga, o al menos siempre lo ha sido. El planteamiento es muy básico y arcaico: la sexualidad masculina se concibe como algo inaplazable, material, instintivo. Ellos siempre quieren. La sexualidad femenina es algo frágil, pasivo, siempre dependiente de lazos afectivos. Ellas deben ser más deseadas que deseantes. Ellas no siempre quieren. Y partiendo de estas generalidades, ellos tienen que convencerlas. Con palabras, con promesas, pero sobre todo con materialidad.
¿Tanta diferencia hay entre prácticamente exigir regalos o manutención y tener una tarifa? Deberíamos planteárnoslo.
Otra cuestión interesante es la imagen de eterna víctima que se da de las putas las pocas veces que aparecen en los medios de comunicación. Solo muestran una realidad, la de aquellas que ejercen en contra de su voluntad. Una realidad, cruda, dura, que no debería existir. Pero no representativa. Porque además de todas aquellas mujeres que se ven forzadas a ejercer hay otras miles que están conformes con su trabajo. Entonces, ¿por qué mostrarlas siempre desvalidas, desconformes, forzadas?
Hay que tener en cuenta que la dinámica que hemos explicado antes (tú me aportas una materialidad en forma de dinero, de manutención…y yo te aporto mi cuerpo) ha sido la base durante muchos años numerosos matrimonios. Ellos las mantenían. Ellas asumían las tareas de la casa, el cuidado de los niños y acostarse con ellos. Pero si convertimos la prostitución en algo asimilado y aceptado, si dejamos de enviar a las putas a trabajar a polígonos u otros lugares inhóspitos, si les permitimos que su trabajo esté regulado como cualquier otro, si encontrar una puta es tan fácil y normal como ir al dentista… Entonces, dejamos coja la base del matrimonio como se ha concebido durante buena parte del siglo pasado. Todos estos puntos se tratan de una manera mucho más exhaustiva en el libro “King Kong theory”, de Virgine Despentes. Muy recomendable.
Dejando de lado la cuestión del porqué no se regulariza y normaliza la situación de aquellas mujeres que quieren ser putas, hablemos ahora de las mujeres que nunca lo han sido pero reciben ese nombre. Si lo simplificamos muchísimo, una puta es aquella mujer que quiere sexo (a cambio de dinero, pero lo quiere). Por tanto, se ha pasado a utilizar la palabra para referirse a cualquier mujer que tiene “actitudes o comportamientos de buscar sexo”. ¿Y cuáles son estas actitudes o comportamientos? Prácticamente todos. Llevar una falda muy corta, los tacones muy altos, los labios muy rojos. Acostarte con muchos hombres, no pedirles ni dejar que te pidan explicaciones. Ir muy depilada. Tener iniciativa, en general, pero con los hombres en particular. Estar orgullosa de tu cuerpo y lucirlo, sin complejos. No guardarle luto a tu novio después de salir de una relación de tres años y liarte con el primero que pasa. Y un largo etcétera. Lo peor es que en muchos casos la palabra puta la pronuncian las propias mujeres- Que duro es escuchar como voluntariamente caen en la trampa que otros han creado para ellas. Esa es puta. Joder, tía, eres un poco puta, ¿eh? Menuda putona, aquella.
Al final, ser mujer te hace potencialmente puta. Y cuando esto cala en la conciencia colectiva, es lógico que se les ofrezca dinero. Porque ella, sea quien sea, es puta. Tal vez no lo sepa, pero lo es. Esto le ocurrió, por poner un ejemplo, a C, una universitaria a la que hemos entrevistado y nos ha contado su experiencia.
«Fue en una temporada en la que me apetecía conocer gente, simplemente. Quedar con alguien, follar y ya está. Me descargué unas cuantas aplicaciones de contactos, como Tinder y tal. Contacté con muchos chicos y les di mi móvil a algunos. Continué hablando con unos cuantos, quedamos y nos acostamos. A otros a los que también había dado mi número acabé por ignorarlos sin llegar a quedar, no había feeling, no sé.
Estuve así un tiempo, hasta que dejó de apetecerme acostarme con desconocidos y me borré todos los perfiles. Hasta aquí todo bien. Pero un día me habló por whatsap un tío desde un número de teléfono que no conocía. No sé quién eres, me he encontrado tu número en mi móvil. Lo tengo desde hace tiempo, y justo hoy me he topado con él en mis contactos y me he decidido a hablarte. Lo único que sé de ti es que te va el BDSM y que eres una sumisa. ¿Es verdad? Podría ofrecerte mucho dinero, y de forma continuada. Me quedé flipada, no tenía ni idea de quién podía ser ese tipo que me ofrecía dinero con tantísima normalidad.
Supuse que alguno de los chicos a los que había dado mi número y había acabado rechazando le debía haber pasado mi móvil, una especie de venganza absurda, yo que sé. Le dije que no era prostituta, que nunca lo había sido y que no tenía intención de serlo. Lo sé. Pero no importa. De verdad, estoy muy interesado. Y puedo pagarte bien. Piénsalo al menos. El tío siguió insistiendo un tiempo, aunque le dije repetidamente que no, hasta que lo bloqueé. No sé de dónde se sacó que habría accedido a acostarme con él por dinero, no sé qué fue exactamente lo que le hizo llegar a esa conclusión. Tal vez dio por sentado que al haber estado en esas redes de contactos, dispuesta a acostarme con desconocidos, me hacia una buena candidata para hacer lo mismo a cambio de dinero, que tal vez incluso lo preferiría. No le entraba en la cabeza que yo, como cualquier mujer que se lo plantee, puedo buscar tan solo sexo, sexo con alguien que me atraiga, sin más complicaciones. Parece que las mujeres solo podemos acostarnos por los hombres por dos razones: por amor o por dinero. Como obviamente no me acostaba con los tíos de esa red social por la primera razón, debió de dar por sentada que lo haría por la segunda. »